Burbujas de Plástico, Ala Strange

Ediciones Extrañas, Buenos Aires, 2019

Entre el Glamour y lo oscuro.

«I’m sinking in the quicksand of my thought
And I ain’t got the power anymore»

David Bowie, Quicksand, Hunky Dory, 1971

«Lo más profundo es la piel», decía Paul Valéry. En la obra de Ala Strange, podría traducirse del siguiente modo: «La estética es el concepto y viceversa.» No hay fondo. Todo está en la superficie. Esto implica una subversión. No hay un origen o un fin que le otorgue una verdad indiscutible al habla. La verdad del habla es el habla. En este sentido, el habla de Strange es un habla despojada de todo poder. Es un habla poética, alejada de la retórica y del discurso. Ello está claro en «Anomalías», donde dice:

«Ellos visten a los bosques con una desolación rentable
Sin embargo sólo me preocupo
por acondicionar mi burbuja de plástico»

Sería un error comprender estos versos en el sentido del solipsismo. Se trata de una declaración de principios. Aquellos que «visten a los bosques con una desolación rentable» son los mismos de los que Nietzsche dijera: «enturbian las aguas para que parezcan más profundas»: aquellos que ejercen el discurso de amo. En cambio, el poeta (solo) se preocupa por «acondicionar (su) burbuja de plástico”.

La utilización de los tropos literarios en Ala Strange pareciera coincidir mucho más con la nueva concepción de unir la sinécdoque a la metonimia, que al uso corriente de la métafora. Este uso de la sinécdoque asociada a la metonimia implica una apertura de sentido. Ala Strange no va en su búsqueda del sentido a modo de quien quiere ser poseedor de la verdad o cree o hace creer que existe un sentido único. Más bien, va en dirección del sentido que, dicho sea de paso, es puramente metonímico, uno y múltiple y lo aborda a modo de quien se desliza sobre una superficie en donde el fondo ya ha estallado.

 Por ello es también un habla desprovista de adjetivaciones. Estas solo ocurren cuando son necesarias. No se trata de adornar «lo que es».  Sino ser el adorno, el juego de disfraces, de máscaras que la poesía requiere. Solo preocuparse por acondicionar su burbuja de plástico: por habitar la poesía. En este sentido Ala es un poco baudelariano. Para alcanzar la poesía es necesario desaparecer en la poesía. ¿De qué modo? Subvirtiendo el lenguaje del saber, destruyendo el lenguaje cotidiano. Despejando el camino del Gran Sentido y del sentido común. Atacando la grandilocuencia. Uniendo el «glamour» a «lo oscuro». El glamour es el juego que permite, tal como la bohemia o el fetichismo baudeleriano, subir lo oscuro a la superficie, quitarle el peso de la verdad o el pecado.

Es lo que nos dice su “ARTE POETICA”:

«Recorro los pasillos de las musas
pero ellas apagaron las luces
naufrago a oscuras.»

Está sumamente claro este movimiento metonímico del sentido y el ejercicio del poeta y su desaparición.

Por ello el murmullo es uno de los tópicos más repetidos en la poética de Ala Strange. Este tópico me interesa sobremanera, no solo por ser uno de mis preferidos; sino, también, porque me parece que es un acercamiento al habla poética. Y no cualquiera. Sino uno de esos que “queman”. Porque, al contario del pretencioso “silencio” del sabio, nos pone en contacto con la materia misma del lenguaje: lo incesante. Lo incesante no es lo continuo. Lo incesante procede por saltos, por disrupciones. Lo continuo, bien podría ser lo que es. Pero lo incesante no tiene tiempo para ser de una vez por todas. Es como si su ser proviniera solo de la disrupción, que lejos de hacerlo cesar, lo repite. El habla poética es ese murmullo. Es, interpretando libremente a Blanchot, el afuera del lenguaje: un más acá y más allá de lenguaje que, en definitiva, es el lenguaje mismo. Creo que de allí se desprenden sus otros tópicos: el pop, el budismo y la anarquía que, si se miran de cerca, están estrechamente ligados en esta lógica de la superficie.

El pop no solo es aquello que puede verse en los epígrafes tan bien seleccionados por el poeta, también se nota en la musicalidad de sus versos. Pero, sobre todo, se trata de una elección estética. Esta elección, como lo menciono más arriba, es su declaración de principios. Tiene que ver con alcanzar un grado de ambigüedad capaz de hacer estallar las clasificaciones. Opera como una desconstrucción. Esta deconstrucción, asociada al zen, es su propio concepto de anarquía. Boy George, Baudelaire y Tolstoi no son lo mismo, no han pensado del mismo modo ni están conectados en modo alguno por asociaciones de ideas. Tienen una conexión interna, metonímica, que les otorga un sentido posible y se los quita, ni bien queramos aprehenderlo. Y la deconstrucción que hace esto posible es un forzamiento a abandonar lo abstracto. La forma y el contenido de Burbujas de plástico son uno y el mismo. El libro, lejos de ser una obra cerrada o un objeto de consumo, es un acontecimiento estético. Podríamos decir que no es un libro de poemas, sino que es un conjunto de poemas, donde el conjunto es un poema él mismo. Donde juegan lo maquínico, la metonimia, el pop, el zen y la anarquía como valores estéticos. Todos ellos nos fuerzan a pensar en una época posterior a la muerte del hombre. Solo a partir de allí es posible elaborar otra estética, otro modo de relación con el mundo y las personas.

Esta es la verdadera apuesta: en “La  herencia mística”, Ala Strange dice en su poema sobre Tolstoi:

“Una razón que late para re-forjar los Evangelios
ataviando la moral del conde
que se convirtió en campesino”.

Y en “El rugido de la Patagonia”:

“En la planicie
el viento patagónico arranca de cuajo
todas las flores”

Hay que alcanzar un grado de sobriedad tal que los adornos solo sirvan para declarar un modo de vivir libres y no la grandilocuencia de una casta.

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