Cuerpo de amor, de Diego Alonso Samalvides Heysen

«¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,

por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,

a la que todo lo alegra, la Luz

–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,

cuando ella es el alba que despunta?

(…)

Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,

la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,

ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.

Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.

(…) Pero me vuelvo hacia el valle,

a la sacra, indecible, misteriosa Noche.

Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–

desierta y solitaria es su estancia.»

NOVALIS, «HIMNOS A LA NOCHE»

«Escribo

desde la muerte

el olvido

despojado de mis bienes

exiliado de mí mismo

y cuando ya no queda nada

cuando las horas transitan vacías

una voz me trae de regreso

una sola voz apoyada en mi tumba

y tu voz.»

DIEGO ALONSO SAMALVIDES HEYSEN, «CUERPO DE AMOR»

            «CUERPO DE AMOR», de DIEGO ALONSO SAMALVIDES HEYSEN es un poemario dividido en tres partes: «Poemas iniciales», «Poemas de amor» y «Tribulaciones». Esto, de algún modo, le da un carácter «conceptual». Es decir, divide a la vez que une la obra en tres series que se entrelazan, pero que contienen su propia «stimmung»; haciendo pasar algunas intensidades de unas a otras, sin que el «carácter» de cada una se vea en desmedro. Ninguna de estas series parece ser un estadio fijo. Si bien, al culminar el libro, puede uno pensar que intervienen en su composición las instancias del duelo, pareciera que en cada una de sus «partes» está el recorrido de sus propias intensidades y que estas «stimmungen» o «tonalidades del alma» riman con la bella analogía que Pierre Klossowski hace de ellas en «Nietzsche y el círculo vicioso»: como las olas del mar, hay un momento en el que la intensidad alcanza la cresta; otro, en el que se diluye, como la espuma en la orilla; y uno en el que retrocede, plegándose sobre sí misma, para tomar fuerza y retornar a su movimiento.

            «CUERPO DE AMOR» es un libro joven y romántico. Joven, no por la edad de su autor o su fecha de lanzamiento; sino por su propio «ímpetu». Romántico, no porque «hable de amor»; sino porque el amor es quien impulsa su propia escritura. Hay, en el libro, una lucha entre luces y sombras, una dialéctica heraclítea. Esto es propio del último romanticismo. En esta lucha, ninguna es subsumida por la otra. Ocurre lo mismo que en “Hymnen an die Nacht”, de Novalis: no se trata de internarse en la noche, que es su amada misma, para que la luz del día llegue. Antes bien, la luz del día, como eliminación de la oscuridad de la noche, es, ahora, atroz. Es otra luz la que se busca: aquella que solo puede estar en la noche, que solo existe en tensión con «lo oscuro». El amor, la pérdida del objeto amado, es precedida por la pérdida del sujeto que ama. Sin esta doble sustracción el amor sería imposible. Es lo que el recorrido de los poemas de este libro señala. «La noche se ha adentrado / y nada me cubre las llagas / salvo el fuego inmenso / que ya no nos rodea.» (Poema XXXI) La pérdida es el sentido mismo de la evocación. Como en la historia de Orfeo, el poeta solo puede evocar una imagen que es por siempre un «casi»: «casi ida», «casi venida». La plenitud de lo evocado acabaría con la poesía. Lo que se evoca no es lo «pleno». Y, sin embargo, tampoco es un «fragmento» en el sentido de una «parte». Se evoca lo inevocable, lo «fragmentario», lo «Otro» allende la plenitud o lo incompleto: «Tu luz existe / y no solo existe / sino que nos abarca / y nos aprieta / como un nudo» (Poema XII).

            Y, SIN EMBARGO, cuando todo parece adecuado a estos cánones, irrumpe algo de otro orden. Cuando el poeta parce culminar con las palabras de Novalis: «(…) tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida / –tú me has hecho hombre– / que el ardor del espíritu devore mi cuerpo, / que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente / y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.» Se produce algo que pareciera ser un giro. En ese giro están los versos: «Ha muerto mi amor / aquí lo entierro / y ante los ojos de nadie / te exilio de mí.» ¿Qué significan estos versos? ¿Qué nos quieren decir, «más allá de las palabras», como está postulado en el libro? ¿A qué obedecen, qué marcan, además de un final inesperado, de una especie de corte abrupto con lo que el libro narra? ¿Se trata, acaso, de culminar con las «tribulaciones», con el amor o con el libro mismo? ¿O, por el contrario, pueden leerse como una vuelta al comienzo, en el que el amor no es una tribulación, sino algo que no es del orden de lo humano, el instante en el que lo humano es «tocado por ello»? «Ante los ojos de nadie», tanto como «te exilo de mí», pretende, acaso, ser la negación del «otro», la recuperación del «yo». Y, sin embargo, nuevamente «sin embargo», al intentar exiliar la «otredad», lejos de quedar un yo, lo que queda es la otredad misma, lo radicalmente «otro». Al «exiliarte» de mí, no es a ti a quien exilio, sino a mí mismo: a aquello de ti que no eres, que no es más que yo en lo más mío. Entonces, la noche, ya no es una «noche de bodas» y quizás, tampoco sean unas bodas con la noche. La noche es una boda en sí misma, entre lo claro y lo oscuro, entre la luz que eres y tu exilio. Solo exiliándote de mí es como puedo recuperarte, liberando al «otro» de mí, liberándome del «otro», liberándonos a «Lo Otro».

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