Tanto en «Ángel de la enunciación», como «En el bosque» o en «Las razones del tiempo», la poesía de Raquel Jaduszliwer entra en resonancia con un tema rilkeano: «lo abierto». («Con todos los ojos ve la criatura / lo abierto. Sólo están nuestros ojos / como invertidos, por entero puestos / como trampas a su alrededor, / y en torno a su libre salida.» Rilke: Octava de las Elegías de Duino) Pero la impronta es totalmente singular. (¿No ocurre, acaso, lo mismo con la poesía de Juan L Ortiz?) Su idea de «lo abierto» no se ciñe al pensamiento de Rilke ni está tamizada por el pensamiento de Heidegger. Esta resonancia con ambos autores, es proporcional a la que estos autores han tenido con otros. Es decir que, «lo abierto», principalmente «lo abierto», hace señas en su poesía como si se tratase de su poesía misma; como en ambos autores adquiere el carácter de un «fundamento». Lo abierto, ¿un fundamento? Si y solo si es en el sentido de una grieta, de una desgarradura; y esto, si y solo si esa desgarradura es, también, una invaginación, un pliegue, un agenciamiento de «aquello Otro»: del lenguaje, de lo angélico.
¿Qué es un ángel?
En la primera de las «Elegías de Duino», Rilke dice: «¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes / angélicas? Y aun si de repente algún ángel / me apretara contra su corazón, me suprimiría / su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada / sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces / de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente / desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.» Estos versos sobrevuelan los de Raquel Jaduszliwer: En «Las razones del tiempo»: «LA PROFESÍA A PIQUE/ atraviesa las alas de algún ángel de fuego / en los días oscuros augura un regreso y una resurrección». Y en «Ángel de la enunciación»: «en el principio sigue siendo el Verbo / sobrevuela sobre todas las cosas / el ángel de la enunciación.» Cuando Heidegger dice que «Lo abierto de que habla Rilke no es lo abierto en el sentido de lo develado. Rilke no sabe ni presagia nada de la alétheia; no sabe nada de ella ni la presagia, al igual que Nietzsche», es porque lo «terrible» de esta «belleza» no está atado a la Verdad. Es lo contrario de Parménides. En el poema de Parménides, la Diosa enseña la Verdad de frente al poeta; abandonando, de este modo, su carácter angélico y transmitiéndolo a un depositario a quien considera apto para reemplazarla. Pero, a cambio, Parménides deberá abandonar la poesía, cambiar el discurso, convertirlo en el discurso de un amo. Como Rilke, Raquel Jaduszliwer opta por no saber ni presagiar nada acerca de la alétheia. Por eso, lo angélico es abordado de modo tal que su única proximidad es la distancia. Un ángel es un extranjero; el otro, en tanto otredad. La morada del ángel es lo abierto. Por su boca habla lo Otro. No corresponde a Jaduszliwer presagiar la alétheia, es el ángel quien presagia lo Otro y Jaduszliwer quien lo nombra ya ido y todavía por venir, como eterno “regreso y resurrección.”
«(…) en el principio sigue siendo el Verbo / sobrevuela sobre todas las cosas / el ángel de la enunciación.»
¿Qué es el «Verbo»? Por ahora sabemos que, si un ángel de fuego «en los días oscuros augura un regreso y una resurrección», el principio está siempre desplazado y, por lo tanto, no es un Origen fundacional, sino un comienzo anunciado «en los días oscuros». Pero si la enunciación es solo del orden de lo angélico, ¿el Verbo, es acaso lo dicho, lo escrito? La traducción del capítulo del Génesis en el que están estas palabras, sabemos que no es fiel a su original en griego, donde dice: «En el principio fue el ‘logos'» Logos puede ser traducido como verdad, razón o lenguaje. El logos, como decía Heráclito, «quiere y no quiere ser llamado con el nombre de Zeus». El Verbo, del que habla Jaduszliwer, me parece cercano a esta definición: en el principio, siempre desplazado, del regreso y la resurrección, siempre vuelve a darse el lenguaje como lo abierto, como su propio afuera. «El ángel de la enunciación» no es un sujeto. Es, más bien, la presentación (colectiva) de un enunciado que corresponde a lo terrible y no es, en modo alguno, transmisible, sin que aquél a quien fuera transmitido sea destruido (Rilke). Su carácter huidizo, metonímico, lo ubica siempre antes y después de lo dicho, siempre abierto, en relación al afuera que lo constituye y que se pliega o invagina en la palabra de la poeta, que no habla desde la verdad de un sujeto, sino desde la multiplicidad de yoes que en cada resurrección y recomienzo tiene el carácter de un “nombre propio”.
El “dolor atómico”, la expiación, la composición.
Raquel Jaduszliwer dice: “Si pudieras mirarte te verías como un peregrino / tu cayado severo hacia adelante / afirmándote entre piedras o arena, la vista más bien baja / evitando cruzar a las sirenas que el horizonte hace / cantar allá en lo alto / tan sólo para hacerte caer / por eso la vista más bien baja; el universo que sigue / a tu cintura y hacia arriba / te resulta prohibido; estás hundido / si pudieras mirarte te verías como un animal nómade / como el antiguo homínido que vaga por el tiempo / que clama por su ángel /por el hogar perdido a sus espaldas.» Esta referencia a Odiseo, que aparece solo en este poema, tiene múltiples lecturas. En principio se trata de un proceso de desterritorialización que, en todo el libro, puede leerse como un diagnóstico (al estilo de Empédocles en sus Purificaciones y también en el momento en que estas no pueden ser separadas de su Acerca de la Naturaleza). Es decir, en el sentido en el que es necesaria una expiación, pero solo si esta no guarda relación con la culpabilidad, sino con una responsabilidad con el universo (“Deus sive Natura”): En el primer poema está clarísimo de dónde se va a partir: “una piedra rodaba con esfuerzo / cargaba los pecados del mundo: / ah, helo aquí, este es el núcleo del dolor atómico / todo el peso rodando sobre la tierra ignota / todo el peso del mundo concentrado en una gota de arena.» Y en la página 40: “Hay un idioma para llamar a quien está de espaldas: / se compone de palabras que las hojas / del herbario encuentran / cuando piden por sus raíces abandonadas en los campos / o las más conocidas, las del devoto que le reza al santo / o las del ala rota clamando por un ángel /con esa voz agónica de las profecías / arrojadas un día sobre tierra de incrédulos.» Pero la referencia antes citada también dice lo siguiente: la eternidad del amo ha terminado. No hay otro lugar o territorio en el que pueda ser reestablecido el imperio del Yo. Somos nómades en el tiempo (ni más ni menos) y ello hace que la otredad, lo abierto y no las falsificaciones de lo idéntico sean nuestra constitución actual. El “dolor atómico” es el yo explotado, cuya expiación está en la comprensión de lo angélico y las relaciones de composición que puedan crearse a partir de lo puramente Otro, de lo múltiple: “fabuloso portento es el del ángel / o ese otro, el de las aves ensañadas / alimentándose de un extenuado corazón.” Y, acaso, de esto se trate la poesía misma, de una cercanía distante con lo angélico capaz de plegar lo puramente “Otro”, de modo tal que nuestra existencia comprenda la otredad como punto de partida para la creación de algo nuevo.