Sobre: Arder, gramática de los dientes de león, de Julio Barco.

Empédocles, mago, médico y filósofo del siglo VI ac, decía que la mirada intercambia partículas de fuego con aquello que ve; es decir, que ver no es una acción unidireccional, de un sujeto hacia un objeto; sino una donación mutua, un devenir, donde los términos son individuaciones y no puntos fijos (a-b). Tomo la palabra «arder» en este primer sentido (devenir). Por lo tanto y atento a la dedicatoria con la que Barco abre el libro: «(dedicado a todos los que luchan y escriben la nueva poesía peruana)», sumo esta otra exigencia lanzada por Hakim bey: «Haz tu propia yihad espiritual.» Es desde este punto de vista que una gramática de los dientes de león es posible y necesaria.

«Arder» comienza con una serie de citas o epígrafes que dan cuenta de lo que vendrá: la unión entre azar y necesidad, o el «caso fortuito» nietzscheano, vencedor a la vez que pliegue de azar. El caso fortuito no es un yo, sino una multiplicidad de yoes. César Calvo, Homero, Antonio Cisneros, José María Vargas Vila, Gonzalo Rojas, Ida Vitale, Friedrich Nietzsche, Jaime Gil de Biedma, Oscar Málaga, Haroldo de Campos, Juan Parra Del Riego, César Vallejo, Paul Claudel, María Zambrano, Manuel Scorza, Quevedo, el mismísimo Barco, etc. marcan picos o cimas en un viaje que no es extenso, sino intenso: «de todos los yoes cuyo relumbre conozco, edificaré mi lienzo», «Arder», página 19. Acaso, un «gramática de los dientes de león» no se trate de estructurar aquella parte no estructurable del lenguaje, sino de establecer un vínculo con el más mínimo fonema y encontrar su duración, sus cualidades, allende cualquier regla. Por ello, a veces, si cierras los ojos para repetir algún fragmento de «Arder», verás a un grupo de poetas sediciosos, al estilo «Los detectives salvajes», de Bolaño, todos ellos, Barco, «sacando lengua a las más mudas equis», como dice Vallejo en un verso del poema LXXVI, de Trilce.

Arder, viajar.  Quizás, encontrar la gramática de un diente de león sea trazar un mapa en constante devenir: «Echaré de menos todo, pero tengo que / partir y anotar mi viaje en miles de hojas». «Arder», página 36. Las hojas de «Arder» son un mapa de este viaje intensivo. Para viajar, es necesario devenir «diente de león». No convertirse en el diente de león en tanto objeto, sino captar su devenir al igual que la mirada intercambia las partículas de fuego empedócleas: «Estos son los años del viaje. No /escribo para descubrir una flor detrás de mí mismo:/ he llegado a mi cuerpo, lo palpo, / repito: estos son los años / de la precipitación/ en la proximidad de las flores. / Lo sabes. /La poesía es un dios tranquilo. / Y los caminos / Como labios frescos/ cuartean el rostro/ se abren.», «Arder», página 53. Viajar en el mismo sitio, es algo que los latinoamericanos conocemos muy bien. Latinoamérica no solo es extensa, es intensa casi por definición, un enjambre de devenires minoritarios, siempre nueva, siempre otra, sojuzgada, pero siempre rebelde, capaz de reinventarse, floreciente. El viaje de Julio ocurre, esté en Lima, en Tacna o donde fuera, tomando un autobús, una cerveza, viendo unos o niños pedir cerca de un taxi incendiándose (quizás una de las más bellas metáforas de viaje del libro), a modo de las palabras de Pizarnik: «explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome.» El poeta, dice: «—¿Y ahora qué piensas? / Que por mi lenguaje pasan todos mis yoes y todos mis yoes son aves / de miles de dimensiones y revientan en mis sesos palabras como flores / esculpidas en el aire. Entonces creo estar dentro de una nave de / metal yendo a un lugar cuyo sur no encontraré jamás. Y esa máquina / es mi lenguaje descarrilado», «Arder» página 56.

«Arder» es «una gramática de los dientes de león», en tanto el poeta, habiendo abandonado su yo y abierto a todos sus yoes («yo que no puedo hacer nada con mi vida/yo que no puedo tener un trabajo estable aspirar a una vida cómoda/yo que grité tu nombre en / los mercados/yo que hablé de poesía a las 4 de la mañana/ yo que / me perdí por Tacna buscando amor/ yo que he visto el dinero trabajar / con mis patas»… «Arder», página 60), deviene, también un «bosque luminoso del signo» (“Arder”, página 61).

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