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Al lector corresponderá interpretar estas páginas como más le agrade. Bien asintiendo acerca de su propósito, bien recusándolas por lo mismo. En cuanto al autor, éste rehúsa cualquier tipo de interpretación. Consciente, a penas de las palabras de Guide: “Cést avec les beaux sentiments que l ? on fait la muvaise littérature” (“Con hermosos sentimientos se hace mala literatura”), ha decidido ignorarlas, sucumbiendo las más de las veces a todo tipo de hipóstasis y falseamientos típicamente anti literarios.
Sin embargo, nada de ello le interesa en lo más mínimo. Lo que éste mismo refiere de su escrito es, según sus palabras, “algo que, tal vez, haya que buscar fuera de las formas literarias”, concluyendo que, “así y todo, quizás no sea encontrado”. Se trata de la expresión de una determinada afección del alma, o según el autor, “una revelación, una verdad de las manos de Eros” que convierte estas líneas en “el canto de un suplicante a la naturaleza transformadora de la noche.”En cuanto a la nostalgia que parece acompañar todo el recorrido de este canto, parece tratarse de la caída del poder de lo sagrado, de cierta “conciencia de individuación: la separación de quienes se aman, el desgarramiento de lo profano”.
Pueden hallarse elementos falsamente románticos y clasicistas, no sólo en lo anteriormente mencionado, sino también en la especie de teogonía enloquecida que el autor propone. Poco dicen las alusiones a dioses, profetas, etc.; pero, si se le presta atención a la invocación ante la que se nos pone en presencia, se verá que son cúmulos intensivos, fuerzas cósmicas, regiones sagradas de un universo divino tomado como “una vasta estela temporal que se ensancha en y con cada acontecimiento”.
(Además está una frase de Maurice Blanchot que, según entiendo, el autor ha retenido durante largo tiempo, y ha deseado sea volcada en este prólogo:
“¿Qué significa, para una existencia que pertenece históricamente a una civilización monoteísta, semejante llamada a los dioses? ¿Por qué son los dioses? Quizá la respuesta es la que nos sugiere Hölderlin: los dioses son los dioses no sólo a fin de ser únicos, sino solos en su pluralidad”. El Amor es visto por el autor como una intensidad nutriente, parte un torbellino que todo lo abarca y todo lo gobierna, como él mismo dice: “Amor, Dios cruel / Uno y todos / seno divino, ojo de tormenta…punto más alto del cosmos, / divinidad beatísima…” En esto sigue los pasos de Empédocles: Amor es el Ser…
…Y Amor, por ende, es el Tiempo.
Cuanto existe, existe en él, es su expresión; pues ha existido ya y existirá innumerables veces, para ser nuevamente expresado. (Otra vez el autor): “Cuanto se repite se transforma, cada vez, en el Ser del Cosmos. Pues cuanto existe ama”.
Amor es el nombre de lo arcaico y de lo que vendrá, sellado y repetido en la eternidad del instante, del encuentro amoroso, que se asemeja aquí a la visión del rostro evanescente de la amada, o en otras palabras: a lo imposible.