Selene

Tú y yo
somos ajenos al mundo
volamos el puente de madera
que unía las palabras y las cosas
para beber toda la noche de un sorbo
los ojos de tu cuerpo
los árboles que llevas
los animales que eres
la tormenta
el océano
el calor de tus senos
la boca de tu vientre
tu gesto de caos microscópico
y yo
nadie
entre los pájaros de tu espalda
y tu cardumen dorado
un golpe de suerte
y todos los matices de verde
de tus lagunas recién nacidas
abriéndose
hacia mí
muriendo todas las veces
para encenderte.

Ninfa

Era toda la animalidad que sueñas
las uñas largas como un cadáver
el vello de un fauno
los oí­dos pegados
a todos los espejos de la garganta
y tus manos acaso tal vez no lo sé
todos los rizos del caos
la risa de las hienas
el llanto de los cocodrilos
toda la inhumanidad de lo mínimo
al otro lado del habla
tu patria de estrellas
y detrás de las cosas
nada.

Empédocles

Ni Moisés, amarillo de rabia, podría separar este mar de fuego.
En cambio,
YO,
DIOS violáceo,
Viril,
Afrodisíaco,
Uno y todos,
atraigo las luciérnagas alucinadas
que conforman la Luna,
tomo impulso, desde el vértice anaranjado del delirio,
para rasgar el delicado himen de la Noche.
Ciego, como un murciélago,
adoro mi reflejo distorsionado en el espejo roto del Océano
del Caos.
Me reconozco:
soy una niña,
soy una sombra,
soy el Dios renacido del muslo de Zeus.
Mis manos están tiesas,
mis pies, entumecidos.
Vomito.
El vértigo me anima.
Las antenas de una cucaracha,
las tenazas de la angustia,
los ojos de mil peces irreales
como pezones de vino coagulado
de una puta de jade
sobre la mesa del destierro
me oprimen la garganta
con los dedos negros, gelatinosos,
agusanados, de la MUERTE.
La belleza me hiere.
Me asfixia el viento azul,
que aúlla conmigo
mi larga, interminable caída
hacia el magma de frutillas rojo-sangre.
Lúbrico, ocre, desnudo, me hundo gozosamente
en el húmedo y fértil útero de la Tierra.
Volveré.
Seré el Sol que dore tus senos blanco-jazmín de muchacha,
te veré inmolar de voluptuosidad,
viviré al ritmo de tus rosadas cópulas;
seré el esperma que te fecunde;
seré quien te ame en secreto;
seré también tu confidente y tu protector;
me derramaré sobre todo, azafranado, como una micción
absoluta;
seré el espacio más cercano y más lejano entre dos puntos;
seré la recta y el círculo
y la pendiente en la que el Universo se transforma en línea.
Volveré, eternamente púrpura.
Ni Moisés, amarillo de rabia, podrá separar este mar de fuego.