Ensayo año 1999/2000
1er Premio SADE Seccional Lomas de Zamora
“Pues es primavera,
y ha tornado a nacer la vida en todos los seres,
y hay en los hombres amor, y tiempos áureos se evocan (…)”
Friedrich Hölderlin
Los hombres, y entre ellos los de visión más profunda, es decir los “románticos”, han hallado en el Amor el sentido (y también el sinsentido) de la existencia. Al Amor debemos el que “haya” mundo, y que, “en” el mundo, existan la poesía, la filosofía (1), el arte y la ciencia.
El Amor ha estado siempre acompañado de las nociones de pathos (pasión-afección) y póiesis (producción inmanente o deseante). Él es el nombre del Ser, de la energía, del impulso vital.
Hesíodo coloca a Eros, el Dios-Amor, al principio de su Teogonía, después del Caos y de la Tierra, como el Dios creador del mundo: “Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.” Los órficos son de similar parecer. Un poema tardío atribuido a Orfeo 2, nos relata que “(Eros es) el poseedor de los resortes de todas las cosas, esto es, de la bóveda celeste, del mar, de la tierra y de cuantas respiraciones produce la diosa que produce frutos verdes”. Eros, además, es el subyugador de dioses y mortales, quienes son afectados por la pasión amorosa y, de este modo, son llamados a producir, a engendrar. Sólo Psyché, el Alma, ha sido capaz de conquistarlo; y a tal punto, que acabó haciéndola su esposa y convirtiéndola en “Inmortal”.
Parte del Eros hesiódico se traslada hasta Parménides 3, con quien comienza la ontología (la indagación por el Ser y la Verdad). Pero es, a todas luces, Empédocles quien realmente le da un estatuto, si no ontológico, al menos cosmológico- metafísico, al identificarlo con la más perfecta armonía , el Sphairos, aquello que todo lo reúne y en lo que todo es reunido; y también, con el brotar de la physis, que, de las manos de la diosa Afrodita, se extiende a todos los entes, colmándolos de divinidad: (“Empédocles, ¡amor y beso del mundo!”, dirá Nietzsche). Pero oigamos, mejor, al propio Empédocles: “Una vez que la Discordia llegó al abismo inferior del torbellino y el Amor estuvo en medio del remolino, todas las cosas convinieron en la unidad bajo su acción, no enseguida, sino que se congregaron desde direcciones diferentes según su voluntad. Mientras se estaban mezclando, brotaron innumerables clases de seres mortales; pero muchas quedaron sin mezclarse, alternando con los que estaban siendo mezclados todos los que la Discordia, aún en lo alto, retenía, pues aún no se había retirado toda irreprochablemente a los límites extremos del círculo, sino que seguía aún en alguno de los miembros, mientras que de otros ya se había retirado. Y a medida que huía hacia adelante, la perseguía sin cesar una benévola corriente inmortal del intachable Amor. Al punto se hicieron mortales los seres que antes habían aprendido a ser inmortales y los que antes estuvieron sin mezclarse se mezclaron entonces, cuando cambiaron sus caminos. A medida que estos seres se mezclaban, fluían innumerables especies de seres mortales, dotados de toda clase de formas, una maravilla digna de contemplarse.” O, también: “Así como, cuando alguien que planea un viaje en una noche invernal, prepara una lampara, llama de ardiente fuego y para protegerla contra los vientos la ajusta a una pantalla de lino que dispersa las ráfagas de los vientos cuando soplan, pero la luz más tenue penetra y brilla a lo largo del umbral de la puerta con inextinguibles rayos, así también ella (sc. Afrodita) da a luz a la redonda pupila, fuego primigenio envuelto en membranas y delicados ropajes atravesados por maravillosos embudos, que contienen el agua profunda que fluye en su derredor, permite al fuego más sutil su paso hacia fuera.” Y, por último, una evocación al antes de la caída: “Ni tenían un dios Ares, ni grito de guerra, ni Zeus era su rey ni Krono ni Posidón, sino Cipris (i. e. Afrodita) era su reina. Los hombres la propiciaban con imágenes piadosas, con pinturas de seres vivos, con perfumes de variada fragancia, con sacrificios de mirra pura y de oloroso incienso, derramando sobre el suelo libaciones de dorada miel.” Etc.4
Con Platón, a pesar de Platón, el Amor resiste, conserva, aunque invertida, la misma fuerza. Despojado de la physis, es pathos y póiesis, y ocupa el papel principal en su teoría del conocimiento, -y en la mayéutica socrática-, como aquello que hace que la tarea del filósofo sea realmente un “ayudar a dar a luz” Para citar un ejemplo, leamos estas líneas del “Fedro”: “El alma que ha visto lo mejor posible las esencias y la verdad deberá constituir un hombre, que se consagrará a la sabiduría, a la belleza, a las musas y al amor(…)Cuando un hombre apercibe las bellezas de este mundo y recuerda la belleza verdadera, su alma toma alas y desea volar; pero sintiendo su impotencia, levanta, como el pájaro, su mirada al cielo, desprecia las ocupaciones de este mundo, y se ve tratado como insensato. De todos los géneros de entusiasmo éste es el más magnífico en sus causas y en sus efectos para el que lo ha recibido en su corazón y para aquél a quien ha sido comunicado; y el hombre que tiene este deseo y que se apasiona por la belleza toma el nombre de amante. En efecto, como ya hemos dicho, toda alma humana ha debido necesariamente contemplar las esencias, pues de no ser así, no hubiera podido entrar en el cuerpo de un hombre.” Platón es quien inocula el germen de la comprensión actual del amor y del deseo, marcados desde la carencia. (¿Será, acaso, él el fundador del psicoanálisis?) Pero, sin embargo, no puede escapar a su poder y, aunque invertido, el amor le sirve de herramienta para la fundación de una nueva racionalidad. Un poco más de “Fedro”, al azar: “(…) Estas almas, cuando aperciben alguna imagen de las cosas del cielo, se llenan de turbación y no pueden contenerse, pero no saben lo que experimentan, porque sus percepciones no son bastante claras. Y es que la justicia, la sabiduría y todos los bienes del alma han perdido su brillantez en las imágenes que vemos en este mundo. Entorpecidos nosotros mismos con órganos groseros, apenas pueden algunos, aproximándose a estas imágenes, reconocer ni aun el modelo que ellas representan.” Se va preparando, lentamente, el terreno para el cristianismo. (Aún hecha la excepción con Plotino, para quien, casi de modo más moderno, es la cópula entre psyché (alma) y nous (pensamiento).)
Para el cristianismo, el Amor, entendido anteriormente como eros, pasa a ser charitas (caridad). Pero ni sublimado de esta manera desaparece. El Amor constituye el máximo acercamiento a Dios (“Dios es Amor”4): el Maestro Ekhart dice: “lo bueno del amor es que me fuerza a amar a Dios”. La charitas sigue siendo pathos (“amaos los unos a los otros”); y póiesis, en tanto el Misterio de la Santísima Trinidad descansa en la Inmaculada Concepción.
En el Renacimiento, el Amor puede respirarse por todas partes: está en la revolución cusana, en la traducción del Corpus Hermeticum y el Asclepio realizadas por Ficino y en sus obras (en “De Amore” nos dice: “Mas yo, amigos, os aliento y ruego que con todas las fuerzas abracéis el Amor, que sin duda es cosa divina. Y no os asuste lo que de un cierto amante dijo Platón, el cual, viendo a un amante dijo: ese amador es un alma muerta en su propio cuerpo, y en el cuerpo del otro, viva. Ni tampoco os asuste lo que de la amarga y miserable suerte de los amantes canta Orfeo (…) puesto que, desde el momento en que yo me perdí a mí mismo, por ti me recupero, por ti me tengo a mí mismo. Si por ti yo me tengo a mí, yo te tengo a ti antes, y más que a mí; y estoy más próximo a ti que a mí. Ya que yo no me acerco a mí mismo por otro medio que no sea por ti.”) Algo similar encontramos en los diálogos de León el hebreo, en los escritos de Giordano Bruno, en los de Tomasso Campanella, en los de Telesio… El Renacimiento es la gran boda del mundo, el momento de mayor divinización que conozcamos. Y no por casualidad es también la era de todas las revoluciones: el Sol deja de girar alrededor de la Tierra, la Tierra deja de ser el Centro del Universo… El Renacimiento constituye la auténtica resurrección del Amor, el retorno a aquello que, anteriormente, hombres inconmensurablemente grandes llamaron Uno-Todo.
En los comienzos de la Modernidad y del Racionalismo, Spinoza 6 dice que la cupiditas (el deseo) “es la esencia del hombre”, cuya máxima aspiración es el Amor Itellectualis Dei (Amor intelectual de Dios). Alma y Cuerpo son poder de afectar y de ser afectado. La composición o descomposición de los seres reside en este poder, según las pasiones en las que éste se vea comprometido sean alegres o tristes. Se trata de lograr un umbral de afecciones cada vez mayor, de producir relaciones de composición entre los cuerpos, de aprender a amar a través de los atributos (pensamiento, cuerpo…) que nosotros somos de la Sustancia divina o acto puro.
Este Amor, como fuerza vital liberada, es lo que impulsará (otra vez, transformándose, metamorfoseándose) la ascesis romántica: aquella de la cual Goethe dará muestras en su genial Werther; Hoffman en su Noche de San Silvestre; Hölderlin, en Hyperión, en su Empédocles; por ella, Novalis se internará en la Noche, como Orfeo, para rescatar la presencia evanescente de su Amada…
A partir del movimiento romántico, el hombre permanece abierto a todas las cosas desde la desgarradura inagotable de su ser. Ama y es amado. Retorna al mundo. Su esencia es la circulación del Amor universal.
Nuestra era hallará lo dicho en Nietzsche y en Bergson: En Nietzsche, bajo su concepto de amor fati (amor por el acontecimiento), transmutación del Amor: de Misterium Doloris a Eventum Tantum, cuya explicación es el mundo mismo, entendido como Voluntad de Potencia y Eterno Retorno e identificado con el matrimonio divino entre Ariadna y Dionisos 7. En Bergson, cuando dice que “(el Universo) es aspecto visible y tangible del amor y de la necesidad de amar”.
Y es que, a través del Amor, las cosas son; pues son, en tanto aman, expresión del Amor que expresan. En el Amor, como Giordano Bruno dice: “en nada se diferencian la potencia del acto puro”. El Amor es pathos, en tanto todo afecta y es afectado de Amor. Es póiesis, pues todo lo genera y es generado por todo. Y es el Ser de cuanto “es”, ya que todo se da por su intermedio y regresa a su seno.
El Amor es el poder transformador del mundo, nuestra posibilidad de ser; porque en el mundo -como el mundo mismo-, sólo es, sólo persiste, quien se transforma: sólo es libre quien ama.
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Notas:
1 Heidegger, Martin ¿Qué es eso de filosofía?
2 [Orfeo] Himnos órficos Ed.Gredos, Bs. As. 1990 (El subrayado es nuestro).
3 Jaeger, Werner: La teología de los primeros filósofos griegos. Cap.II y ss. Ed. Fondo
de Cultura Económica, Bs. As., 1998
4 Empédocles, Acerca de la Naturaleza, fragmentos 360 y 389. Y Las Purificaciones, fragmento 411. Según Kirk y Raven.
5 Juan 1 IV 7-12
6 Spinoza, Baruch: Ética Ed. Fondo de Cultura Económica, Bs. As. 1998 Recordemos, de paso, por ello el título de este opúsculo, que la fórmula spinozista es “Deus sive Natura” (Dios o la Naturaleza). Ya no se trata del Dios metafísico, Platónico o Aristotélico, ni del Dios de los Cristianos. Sino de una comprensión inmanente de la divinidad, cuya intención creo entrever ya en el Renacimiento.
7 Nietzsche, Friedrich: La Voluntad de Poder “1066” Ed. Edaf, 1977